foto: pol neiman
Cansado, subió los peldaños hasta su habitación. Halló
su cuerpo mientras se contemplába en el espejo del baño. Se halló. Pudo habitarse.
A lo lejos un tren y una canción de amor. Nada
especial. Apenas un momento. Comenzó a llorar. Supo llorar mucho desde el lugar
de su incerteza.
Pudo habitar su dolor. Pudo habitarse.
Descubrió la música de su silencio. El sutil contorno
de sus miedos. El color secreto del amor que lo esperaba. Se permitió — por
esta vez— descansar en la promesa de los días por venir. (Lo enterneció el ayer
a la sombra del eco del futuro).
Tocó ese punto — ese preciso punto— donde le dolieron
las miradas ¡Que el mundo lo aguardara tanto! Los silencios que las voces
incubaban, los reflejos,
ese dolor que lo delataba vivo, el vértigo de todos
los mañanas.
La caída de las palabras. La ajenidad del mundo y su
identificación con él.
Las distancias. ¡Que el mundo lo esperara tanto! Descubrió
la forma de su miedo. Los vocablos de su ensoñación.
Como si hubiera entendido que el Todo le hablaría en
el silencio o que el camino era ese destino que tanto había buscado.
«Estoy aquí»—pensó—«Llegué como pude. Pero llegué».
Y no necesitó ni siquiera estas palabras.
1 comentario:
He soñado con escaleras en ascenso o en descenso, pocas veces el destino...hace poco apareció ahí en mis sueños, una ciudad desconocida. De pronto entre pérdidas y encuentros las palabras van cobrando sentido y nos sucede la vida.
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